Mis más sinceras disculpas
En el libro Bienestar
emocional de Osho, que me estoy
leyendo en estos días, se cita a Sigmund Freud. Y dice el autor que Freud escribió
“que si todas las personas del mundo decidiéramos decir la verdad y nada más
que la verdad, aunque sólo fuera durante veinticuatro horas, todas las
amistades desaparecerían. Todas las relaciones amorosas se disolverían, todos
los matrimonios se desharían. Si toda la humanidad decidiera actuar con
sinceridad, aunque sólo fuera durante veinticuatro horas…”
También Jorge Bucay habla del tema y escribe que “la sinceridad hay que reservarla para
los amigos y la franqueza para los elegidos”.
Es decir que el autor argentino diferencia franqueza de
sinceridad y añade que se puede ser sincero sin ser franco (¿sin decir toda la
verdad?).
En su libro Recuentos
para Demián, Jorge Bucay explica que “Franqueza
viene de franco, de abierto. Recuerda la idea de ‘libre paso’. Ser franco
significa: No hay ningún espacio oculto en mi interior al cual esté vedado
el ingreso. No existe ningún rincón de mi pensamiento, sentimiento o
recuerdo que no conozca o que yo quisiera mantener reservado. La sinceridad es
mucho menos. La sinceridad para mí es: ‘Todo lo que te digo es cierto, por
lo menos cierto para mí’.
Recientemente cometí la estupidez de utilizar las redes
sociales como vomitorio, una vez más, y expresé un sentimiento, una angustia. Me
dirigía en tren hacia el polideportivo municipal en el que se estrenaba un
campamento de esos que llaman urbanos en el que niños y niñas pasan la mañana
entretenidos en múltiples actividades.
El mensaje, repito, expresaba miedo o angustia ante la
responsabilidad de enfrentarse a un amplio colectivo de niños no siempre
convocados ante la posibilidad de aprender un poco de yudo, que es parte de mi
trabajo en este tipo de campamentos desde hace dos años. Está claro que las
palabras elegidas fueron desafortunadas y empiezo –ya es hora, que vamos por el
sexto párrafo- por pedir disculpas a quienes se hayan sentido ofendidos. No era
mi intención ofender a nadie y a nadie en concreto era dirigido mi comentario. Como
digo, se trataba de exteriorizar un sentimiento y en el mismo comentario, yo
mismo añadía alguna clave… “me hago viejo”, reconocía.
A punto de cumplir los 55 años de edad, con una artritis
reumatoide galopante y la proteína C reactiva por las nubes, llevo casi 40 años
de mi vida dedicados a la docencia. A los 15 años me contrataron en el gimnasio
Judansha de la calle General Pardiñas para impartir clases de yudo a un grupito
de niños. Sí, soy profesor de yudo. Suelo reconocer que probablemente era el
peor profesor de yudo del mundo en aquellos momentos. Pero tenía un gran deseo
de ser como mi profesor de yudo (maestro solemos decir los yudocas). De mayor
quería ser como mi maestro (y aún le tengo de ejemplo, para su desgracia pues
no le llego a la suela del zapato). De manera que acabé confesando a mi maestro
que estaba impartiendo clases de yudo y él, me tomó a su cargo. Me propuso ser
su ayudante en el Colegio Claret y me marcó los pasos a seguir para ser un buen
profesor y conseguir la correspondiente titulación. Él puso todo de su parte;
otra cosa es lo que consiguiera porque soy un desastre. Exculpo a mi maestro de
todos mis defectos como profesor de yudo.
Desde aquellos momentos en el Gimnasio Judansha y poco
después en el Colegio Claret ha llovido. También ha habido muchas vivencias,
dentro y fuera del ámbito de lo que solemos llamar artes marciales. Por poner
un ejemplo, obtuve mi licenciatura universitaria en Ciencias de la Información por la Universidad
Complutense y trabajé de periodista en diversos medios
durante unos cuantos años. Quizás lo más relevante haya sido mi etapa como
productor del programa Buenos Vecinos
en COPE Madrid (llegué a ser el director una corta etapa). Pero, recuerdo con
mucho más cariño mis idas y venidas para distintas cabeceras de MERCADO, lo que
me hacía conocer y escrutar poblaciones como Getafe, Arganda y Rivas
Vaciamadrid, principalmente. También fui fotógrafo para este medio de
comunicación.
Tras este breve paréntesis vuelvo con mis disculpas y eso de
la sinceridad, la verdad y la franqueza.
De la verdad no tengo ni idea de manera que se lo dejaremos
a jueces, eclesiásticos, moralistas, filósofos, jurisconsultos y otros mucho más
avezados en el tema que yo. Bastante tengo con ir en busca de mi verdad (si es
que existe y se puede encontrar en alguna parte). De sinceridad y de franqueza
puedo hablar un poco y con mucho pudor. Por eso me referiré sólo a mi sinceridad
y a mi franqueza. Y ya bastante complicado es.
Publiqué un comentario desafortunado en el que fui franco
(no dejé huecos al expresar una angustia) y transgredí los límites de la sinceridad
a juzgar por los efectos producidos. Jamás pensé que nadie se fuera a sentir
aludido.
Pongamos un ejemplo. Un profesor de piano, al acabar la
lección, es preguntado por la mamá del alumno. ¿Qué tal se ha portado?
¿Progresa?
El profesor contesta que el niño se ha portado regular pero
que progresa. En este ejemplo miente porque el niño es díscolo, la mayor parte
del tiempo aporrea las teclas del piano cuando no está molestando a otros
compañeros tirando las partituras al suelo, etc.
En la misma escena pongamos que ante la misma pregunta el
profesor contesta: “Su hijo no atiende los suficiente pero algo progresa”.
Seguramente esta respuesta sería más sincera. Se acerca a la
verdad, pero ¿es verdadera? En todo caso, no hay franqueza si el profesor al
salir del aula charla con sus amigos y necesita horas para desahogarse y
califica al mencionado niño de insufrible.
La pregunta es qué pasaría si el profesor respondiera con
toda franqueza ante la misma pregunta. ¿Y si el profesor de piano respondiera? Eduque
mejor a su hijo para que sea capaz de atender a mis indicaciones sin continuas
muestras de desafío o rebeldía y asegúrese de que tiene el deseo de aprender a
tocar el piano antes de regresar a la siguiente clase. Y, por favor, dígale que
no vuelva a coger esas pataletas o llévele a algún sitio donde descargue esa
energía negativa o le enseñen a controlarse un poco.
Desde luego, el profesor, en ese ejemplo, sería franco y no
habrá sido maleducado pues sus palabras no incluyen insultos ni desprecios. Tampoco
utiliza términos despectivos ni peyorativos. Otra cosa es el efecto que
produjera en la madre.
No es el caso. Pero valga de reflexión.
Vuelvo a pedir disculpas para que no se pierda el hilo. A
nadie intenté humillar, ni menospreciar, ni vilipendiar, ni atentar contra su
honor ni contra su propia imagen, ni contra la de los suyos. Pero insisto en
que se trataba de la expresión de un sentimiento (llámese opinión si se quiere)
sin mentar a nada ni a nadie en concreto. Y seguramente en un intento de
utilizar palabras que no fueran tildadas de insulto al uso lo que he logrado es
aún potenciar más el efecto de lo que nunca pretendí. Lo lamento. Y no voy a
referirme al Artículo 20 de la Constitución
Española que todo el mundo conoce porque parece que de eso no
se debe hablar cuando se están pidiendo sinceras disculpas. No lo haré yo.
Quiero precisar que no he perdido perdón. Lo que pido son disculpas.
Perdón no pido porque no creo haber cometido ninguna falta más allá de haber
sido franco, sincero o lo que carajo haya sido. El pedir perdón implica rogar
porque haya olvido y no creo merecerlo. Pero por supuesto que pido disculpas porque
veo que hay gente (algunas personas que ni siquiera conozco) que se ha sentido
ofendida, aludida o menospreciada y nunca ha sido mi intención el hacerlo. Sigo
estando sorprendido. Jamás pensé que nadie fuera a darse por aludido por lo que,
tengo ya claro, es un comentario desafortunado cuando menos.
Pero también quiero dejar bien claro que nadie se ha
dirigido a mi persona directamente. Más bien se ha organizado una especie de
frente común –permítaseme la expresión- contra mi persona. Algunos también
alcanzan más allá de mi persona y se han referido a “mi puta madre”. Sólo he
podido saber que se trataba de un profesor de instituto al que le diré desde
aquí que ignoro esa profesión en mi madre. Pero claro, quién puede saber cosas
de ese tipo a ciencia cierta. Lo que si le puedo añadir al anónimo profesor de
instituto que mi madre está jubilada (tiene 86 años) tras haber sido profesora
de la Orquesta Nacional
de España, condecorada, por cierto, con el Lazo de Dama de la Orden del Mérito Civil. Estoy
seguro de que su madre no… ¡Que su madre no es puta, digo!
Lo malo de esto no es el comentario, que me lo paso por el
forro, lo malo es que se me hace llegar por tercera persona que me lo refiere
en lugar y momento en que no puedo ser franco ni sincero. Ya habrá ocasión.
Llamar hijodeputa a una persona suele ser grave en esta
sociedad. Pero, por algún extraño fenómeno resulta más peligroso el que inventa
palabras. A mí parece que no se me da mal, pero en realidad se me da fatal. Me
explico. Por decir a un niño hace décadas que si quería ser “Capitán de la
sardina” tuve que explicar durante un buen rato a su padre que no era nada
peyorativo. El padre lo comprendió y con evidentes muestras de buen humor se
despidió diciendo a su hijo: Anda, vámonos
a casa “Capitán de la sardina”. Eran otros tiempos.
También se me ha acusado de utilizar tacos como “cabrostio”,
“maricojoñetas”, “cojorroño”. Son los más terribles porque ni siquiera queda
claro lo que se quiere decir. Deben de ser insultos malísimos. ¡Ah, sí! En 40
años de profesor de yudo algún “coño” se me ha escapado. No me alcanzó la
imaginación.
En otro orden de cosas. Además de seguir con mis disculpas
voy a reconocer que soy un baboso. No
siempre lo he sido, pero con el paso del tiempo creo que encajo perfectamente
con esta definición. En el comentario que motiva toda esta perorata ya había un
reconocimiento implícito de que soy un baboso: “Me hago viejo reconocía”.
Pero… ¡Cuidado! ¡Ojo! No estoy llamando baboso a todos los
viejos. ¡No! Por favor. Que no se abra otro frente común de viejos que se hayan
sentido ofendidos por este nuevo comentario. (Es lo malo de las palabras, una
vez proferidas o escritas dejan de ser tuyas y enseguida te dicen –otros- lo
que –tú- has querido decir).
Más me hubiera haberme llamado a mí mismo baboso que lo soy.
Y no lanzar un miedo a criadores de babosas que fue lo que escribí. Lo lamento,
ya lo he retirado y pido disculpas. Aquí el único criador de basas soy yo (y si
acaso también mi pu… madre).
Una de las acepciones de la palabra babosa según el
diccionario de la RAE
es:
Que no
tiene edad y condiciones para lo que hace, dice o intenta. Me gusta. Me lo
adjudico y eximo a toda otra persona a la que haya podido sentirse aludida por
mi comentario de dicho adjetivo que puede utilizarse también como sustantivo. Si
me lo permiten –y sigo con mis disculpas- aquí el único baboso o babosa que hay
es un servidor, por más señas descerebrado, como me definió el profesor de
instituto que conoce un oficio más de mi madre de los que conozco yo.
Por cierto que hace unas semanas un padre de
un alumno me llamó a la cara “tonto a las tres” –no era la hora; no le dí
importancia- y “gilipoyas” al darme la espalda. Como verán no me merezco ni el
esfuerzo de que me llamen cosas raras. O gilipoyas o hijodeputa. Bueno, sí…
también “descerebrado”, que ya me hace mucha más ilusión, aunque luego se me recuerde
un oficio de mi madre que yo no conozco ni reconozco.
En esto del insulto hay auténticos artistas en
rebuscar o inventar. Se me viene a la memoria aquellos, tan de la radio, como “meapilas”,
“soplagaitas”, “abrazafarolas”, “chupópteros”. También fueron famosos años atrás
los de “maricaplaya”, “cantamañanas”, “chuloferia”, “pilingui”. Y más recientemente
“maricomplejines”.
Se trataba de poner un poco de humor en un
tema que debe de ser grave porque ha habido “muchas
quejas”, se me ha dicho. A mí, decía antes, nadie se ha dirigido para pedir
explicaciones o una satisfacción. Nadie me ha dado la oportunidad de
disculparme. Sólo un comentario ha subido un poco de tono entre los muchos que
venían a animarme o a apoyar de alguna manera la manifestación de mi
sentimiento de angustia. Bueno había otro que además de recomendarme que dejara
de decir gilipolleces incurría en multitud de incoherencias, supongo que por el
estado en que se encontraba su autora. Autora desconocida para mí, por otra parte.
Ese comentario lo retiré. En cambio permanece este otro de autora también
desconocida por mí, pero que se identificó:
“Pues es hora de dejar el sitio a
otros, que lo hagan con más cariño y respeto que usted, porque todo eso que
dice de ellos a lo mejor lo han aprendido en el campamento que usted lleva”
Me encanta este comentario. Uno
de los “Me gusta” es mío. “Es hora de
dejar el sitio a otros”: puedo estar de acuerdo (¿alguna idea o
sugerencia?). “Que lo hagan con más
cariño y respeto” (estoy seguro que habrá gente mucho más cariñosa y respetuosa,
lo que no tengo claro es si eso tiene que ver con responsabilidad y experiencia.
Tampoco creo que haya faltado al respeto a ningún niño de este ni de ningún
campamento y en cambio muchos pueden hablar de gestos de cariño. En todo caso,
¿cariño y respeto son los requerimientos para ser monitor de campamento?). “Todo eso que dice de ellos a lo mejor lo
han aprendido en el campamento que usted lleva”. Esta frase final es la
mejor. Me eleva a la responsabilidad de “llevar”
el campamento. Así llego yo a casa tan cansado. Menuda carga.
Bueno, bromas aparte. Si la
autora de este comentario se ha sentido aludida por el mío le pido mis más
sinceras (y francas) disculpas, agradeciendo la valentía de haber hecho pública
su queja en el mismo medio en que se publicó y sin esconderse. También le
agradezco y creo que le honra como persona de gran talla humana el tono
empleado y las recomendaciones que incluye. Ha sido muy educada. El propio
comentario de esta desconocida (desconocida por mí) autora, es muy positivo porque
indica una finalidad y vislumbra alguna solución (si no es capaz de poner más
cariño y respeto deje a otros en su lugar) No es difícil, pues, leyendo este
comentario, deducir que su autora es persona positiva, educada y eficaz… y
valiente.
Hablando de valentía. Yo esa cualidad no la tengo. Debo de
ser uno de los cobardes más grandes que conozco porque estoy continuamente
enfrentándome a mis miedos y muchas veces me superan. De hecho, el comentario
(mío) que ha motivado esta larga carta de disculpas expresaba eso mismo; un
miedo. Esa falta de valentía, en cambio, no me impide reconocer mis errores. También
son multitud. En eso (en cometer errores) también debo batir algunas marcas. Lo
lamento sobre todo cuando afectan a otros. Al publicar mi comentario he
cometido un error y parece que ha afectado a otros. Pido disculpas a quienes
haya podido afectar y lamento que haya sucedido todo lo que ha sucedido a raíz
de este comentario. También recuerdo que el comentario fue retirado tan pronto
fui informado por los amigos que me informaron del malestar que había producido
(nunca, directamente por personas que se sintieran aludidas; nadie ofendido se
ha dirigido a mi). Traté de editar el mensaje para abundar en mi explicación,
retirando lo que pudiera ser ofensivo, y no parece haber sido con feliz
resultado. Algunos me han acusado de lo que soy: un cobarde. También lamento
que no haya bastado con ello. Pero insisto en mis disculpas y también insisto
en que no pido perdón (ni clemencia). Asumo las consecuencias de este grave
asunto e intentaré hacerlo sin la cobardía que me adorna como persona muy a mi
pesar. Espero que el castigo, sanción o pena que me caiga sirva para que en el
futuro no cometa actos de esta bajeza y aprenda la lección. Creo que aún se
puede sacar algo positivo de este descerebrado profesor cobarde de tan dilatada
experiencia si Uds. me dan la oportunidad. Prometo intentar con todas mis energías
no volver a cometer un error de este calibre si es que se tiene a bien darme la
oportunidad –que no sé si merezco- de reivindicarme en el futuro con una
conducta ejemplar que incluya el mostrarme más cariñoso y respetuoso (son los
únicos consejos que me han llegado directamente) con quienes me rodean.
Estoy seguro de que me he extendido demasiado. Es otro de
los defectos que tengo. Quizás por mi formación como periodista. Me pongo a
escribir y no veo el momento de parar… Llevo varios años en el paro como periodista
y suelo recordar a mis amigos (algunos quedan dispuestos a perdonar mi error) que
ya no soy periodista (dejé de serlo muy al principio de esta pertinaz crisis) sino
Licenciado en Ciencias de la Información.
Espero disculpen este defecto y al menos haya entretenido a
quienes hayan seguido leyendo hasta aquí. Tienen mérito.
Ojalá que de toda esta larga carta de disculpas no se
entresaquen, fuera de contexto, palabras mías que abunden en mi primer error:
el fatal comentario que nunca lancé a nadie determinado y que sólo intentaba
expulsar una angustia ante una situación determinada. Soy un cobarde.
Por supuesto, unir a mis disculpas el profundo agradecimiento a
quienes, pese a todo, han hecho el esfuerzo de intentar ayudarme aún a riesgo
de salpicarse con mi indecorosa conducta. Valoro en mucho ese gesto de amistad,
que no merezco, y espero tener la talla humana, algún día, de devolverles la
profunda gratitud que me ha producido. No merezco los amigos que tengo, pero prometo
trabajar duro para, algún día, ser merecedor de su gran corazón y no defraudarles como
continuamente vengo haciendo.
Etiquetas: educacion, reflexiones o así, wladi, wlady


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