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domingo, diciembre 11, 2011

Dos cuentos de diciembre

Soy un asesino sin crimen a mis espaldas. Soy la víctima que llegó tarde al accidente. Soy el que todos esperan en la reunión, pero ninguno invitó.

De todos los caminos que encontré escogí el más soleado y acabó enmarañado. Perdí mis pasos en la maleza y se puso a llover.

Siempre quise ser cigarra y me apresaron las hormigas para las que trabajé como un esclavo. Nunca dejé de cantar. ¡Que se jodan!

Entre el optimismo y la inocencia se hace el ladrón honrado. Deja las ganzúas y acaricia al niño que llora. Todos somos niños que lloramos cuando nos acaricia el ladrón; y lo hace de corazón. Dicen que se está redimiendo. Dejó la profesión para ponerse a currar. Le apresaron las hormigas. No tiene contrato, pero trabaja de sol a sol. No deja de cantar su canción. ¡Que se jodan!

En el coro de la ciudad ya no cantan los cantores. Ahora chillan sin templar, sin acomodar ni acompasar. Suena mejor el tráfico de claxon y motor de explosión. Funden mejor las voces los coches que los pájaros. No dicen ni pío.

Llega diciembre sin avisar y eso que lo viene avisando. Algunos pájaros no se dieron cuenta y siguen por acá, revoloteando como si fuera primavera. Pobres diablos. Ya hay cigarras hasta fuera de las fábulas. Ahora, revolotean además de cantar y holgar. Pero no dicen ni pío.

Será cosa de cantar y de tocar la guitarra y de acariciar la cabeza de los niños. Angelitos. ¿Qué camino cogerán si en ninguno brilla el sol?

Yo quiero ser optimista, como siempre tiendo a ser. Pero me da miedo. Una vez perdí mis pasos en la marañosa y aún no los he encontrado. ¿Qué crimen cometí por escoger la senda del sol y la luz? Mataste la inocencia… ¡recuerda!

¿Pero… y el cadáver?

Jamás lo hallarán; por eso andas en pos de tus pasos. Al final del camino que perdiste, junto a tu cuerpo frío, hallarán de muerta herida la prueba de tu crimen. ¿Quién has querido ser tú?

Se murió el pájaro en mi mano. Tanto apreté sin saberlo, tanto, para que no escapara, que le ahogué. Tanto lo retuve que jamás se volverá a ir. Ya no vuela. Ya no vuelo yo con él. Ya no vuela mi mirada.

Hoy escapé como ayer. Mañana no podré. Las hormigas me reclaman. No sé cómo rebelarme. Son débiles e ínfimas, pero te cubren como una manta, te muerden sin tú saberlo, te comen sin tú notarlo.

Me queda mi canción y un pájaro en la mano. Él no dice ni pío, yo canto a pleno pulmón: ¡que se jodan las hormigas!

- - -

Mi perro mea a cada rato. Pasea muy decidido como sólo los perros consiguen hacer. Parece que lleva un itinerario que sólo él conoce; y a cada ratito, levanta la pata y echa su pis. Me han contado que es como su tarjeta de visita.

En eso se parece a mi. O yo a él. También he ido dejando mi tarjeta de visita por muchos de los sitios por los que he pasado. También pudiera parecer que llevaba un itinerario que sólo yo conocía. Además, a cada poco he dejado mi tarjeta de visita. Me he cagado en no pocos contratos y gentuza con la que es fácil cruzarse, incluso cuando se saca a pasear el chucho –que algunos llevamos dentro-.

Dejar un rastro de mierda a las espaldas da para mucho. Si te da por mirar para atrás te sientes aliviado; nunca mejor dicho. Por otra parte, queda el olor que te impide ablandarte; ser débil. Es buena señal de alarma. Tira ‘pa’ adelante; la mierda te puede alcanzar.

Me dicen que hay que tener cuidado de no ir dejando puertas cerradas. ¿Mereció la pena abrirlas?

Odio las puertas, las vallas y las cortinas. Es un decir. Odiar, sólo odio a mi odio, que me impide amar.

Ayer, volví en bici a El Pardo. Todavía predomina el verde en el campo y en las vestimentas de los que allí acuden o transitan o residen. Verde por todas partes; y pardo (pardo militar y pardo cazador) que para eso es el Monte del Pardo.

Hacía casi un siglo (bueno casi medio) que no iba por allí en bici. La última vez salté una valla y me cortó el paso un guarda forestal (de los de antes) apuntándome con su escopeta. No se podía transitar por allí.

Ahora sigue habiendo muchas vallas, pero te dejan pasar por muchos otros sitios, antes vedados a los españoles de a pie.

Pero, ayer, al volver por la carretera hacia Madrid, llegó un punto en que se me obligaba a coger la M-30 (rebautizada en Calle 30) o la de la Coruña. Tuve que saltar un murete de hormigón armado para salir de la vía y subir un paso peatonal hasta alcanzar la carretera de la playa… perdón la avenida del cardenal Herrera Oria.

Menudo cabreo me cogí. Con lo empinada que está la carretera de la playa (¡perdón! la avenida esa…). Me cagué en toda la civilización, en todos los coches menos en el mío y en todos los indios de las islas Molucas. Luego reflexioné. ¿He salido yo a dar un paseo para volverme cabreado? Eché pie a tierra, que tampoco me costó un pelo. Menuda cuestecita. Me arrimé a un árbol solitario y… dejé mi tarjeta de visita. O la de mi perro, que ya no me acuerdo.

Eso sí; hoy en día te dejan meter la bici en el Metro. Y es que ya nos lo decían cantando: “hoy los tiempos adelantan, que es una barbaridad”.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, diciembre 11, 2011