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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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sábado, marzo 25, 2006

Barcelona

En estos días convulsos dentro del panorama patrio, suenan rumores de desmembramiento, de desmoronamiento, de desaparición… Demasiados “des” se le antojan a uno. Algunos piensan que se está poniendo a España en el trance de desaparecer, al menos tal y como la conocemos (¿¡conocemos!?).



Se afilan los sables de la intransigencia y se oye su ruido. No gusta que el país vecino (¡uy! Le hemos llamado “país”) se promulgue como tal. Con la calladitos que estuvieron durante mucho tiempo, sin hacer ruido. Trabajando y callando, que de eso sí tienen fama, de trabajadores… y de tacaños: la pela es la pela. El caso es que se presentó la ocasión de pegar un zapatazo al viejo BMW y volver a tierras de butifarra y sardana. Y no nos los pensamos demasiado. Hacía una eternidad que no visitaba Barcelona y la encontré como la recordaba: limpia, ordenada, enorme pero asequible, laboriosa pero no ajetreada, hospitalaria sin ser bullanguera, cercana y misteriosa a un mismo tiempo.




Era poco el tiempo de que disponíamos pero bastó para conocer los ferrocarriles catalanes. Lo cogimos en Rubí y llegamos hasta la Plaza de Cataluña, como siempre llena de palomas. Paseamos por la rambla hasta Colón, hasta el mar. Cruzamos al Maremagno y volvimos por Correos, por el casco viejo y el barrio gótico. Cogimos el metro y nos fuimos a la Plaza de España. Caminamos hasta el Palacio de Montjuich. Ya por la tarde regresamos a la gran urbe en coche. Y dimos varias vueltas a la ciudad en busca de Hostal. No encontramos ninguno baratito que dispusiera de zona en la que dejar el coche cerca, sin riesgo de que lo levantara la grúa al día siguiente. Y es que el lunes 20 (fiesta en Madrid) era laborable a todos los efectos en toda Cataluña. Así es que tomamos algunas fotos de la Torre Agbar, de la Sagrada Familia, merendamos en la Barcelona alta, cerca del barrio de St. Andreu y nos desplazamos a las afueras a buscar alojamiento.






Por la mañana, tras desayunarnos, volvimos al coche para acercarnos al Parque Güell (una deuda que uno tenía desde hace tiempo). Por fin descubrí el bello monte diseñado en jardín por el genio Gaudí. Lástima no disponer de más tiempo. Lástima que se le escape a uno el fugaz paso del viento y no poder detener la brisa; no poder detener la mirada, capturar el aroma y poseer la calma de los árboles por siempre.



El parque estaba atestado de gente y, sobre todo de turistas. Pero no todos se muestran generosos a la hora de conocer. Se diría que incluso huyen de los lugares poco transitados o concurridos. El parque se despliega caprichoso sobre la ladera de un monte escarpado, de manera que el jadeo acompaña en buena parte del recorrido. Tanto más jadeo, tanta más soledad. Así es que Cristina y yo jadeamos bastante. Somos poco dados a mezclarnos con otros, así como así. Disfrutamos de la vista de las alturas. Es un placer que encontré desde muy pequeño. Siempre subirme al alto desde el que mejor se vea el pueblo, la villa, la ciudad o el lugar al que he viajado. Luego leí La Regenta y en sus interminables primeras páginas descriptivas me reconocí en el cura ligón que tenía la misma costumbre. La de alejarse para ver mejor el lugar al que se ha llegado; casi siempre subiendo un monte. También me gusta hacerlo en el mar, donde no es necesario subir una montaña para tomar distancia y perspectiva; basta con nadar mar adentro.




Cuando visitamos Barcelona no estaba la cosa como para alejarse a nado mar adentro. Fuimos a una playa, eso sí. Y encontramos varias fábricas a pie de arena; qué horror. Sus chimeneas, bien humeantes, eran toda una invitación a largarse lo antes posible con el pensamiento bien prendido de que hemos acabado por hacer del Mediterráneo una enorme laguna salada llena de mierda. Algún día lo pagaremos caro (si es que no hemos empezado ya a pagar por ello).




La vuelta, como siempre nos ocurre en estos casos, la hicimos bastante silenciosos. Al emprender el retorno solemos entrar en un estado de desencanto que se va convirtiendo en un sordo cabreo a medida que vamos descontando kilómetros hasta nuestro destino. Entre mis reflexiones (son muchos kilómetros) apareció el Estatut. A uno que siempre le ha molado de profunda convicción eso que llamamos “libertad” no le extraña que esa gente que dejaba atrás luchara por su independencia en el grado y la forma que puedan conseguir. Los vi tan diferentes que no me extraña que quieran esa diferenciación. Ya la hay; siempre la hubo. Lo que pasa es que hay una historia y no siempre la recordamos; no siempre la respetamos. Otras veces es mejor conocerla precisamente para no respetarla. Alguien dijo en un momento crucial de la historia reciente de España “todo está atado y bien atado”. Si antes hemos dicho que nos gusta la libertad, tenemos que añadir –es lógico- que no nos gustan las ataduras. Así es que nos preguntamos ¿Y cuándo coño vamos a desatar algo? Tal vez se hayan empezado ya a aflojar muchos nudos.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, marzo 25, 2006