El muro de hormigón
Narra cómo un grupo de hombres y mujeres no pueden salir de la cueva en la que viven. Pero ven sombras en una pared. Las provocan objetos y seres que viven en el exterior. Creen en las sombras proyectadas como si fueran la propia realidad.
Alguien de ese clan o tribu consigue escapar de las tinieblas y salir de la sima. Deslumbrado en un principio, pronto acierta a comprender que lo que ve no es lo mismo que lo que veía dentro de la gruta. Lo que veía en su morada y tomaba por realidad era producido por algo muy distinto y que ahora había descubierto. Al volver narra su experiencia y es acusado de loco.
- ¡Venir a cuestionar lo establecido desde hace años y años!
Hoy me he leído un cuento que me ha evocado esta alegoría del filósofo griego. Pero varía un poco.
Vamos
con “el muro
de hormigón” a ver si es de tu gusto, querido
lector.
Antonio va al médico y se le descubre una enfermedad grave, pero que con reposo absoluto y el debido tratamiento podría llegar a remitir. Hay que actuar con diligencia por lo que es internado inmediatamente en un hospital especializado en ese tipo de casos.
Se le asigna una habitación que ya tiene un inquilino. Lleva allí varias semanas con un percance similar al de Antonio. Se llama Miguel y tiene buen carácter. No tardan en hacer amistad y pasar largos ratos charlando.
Miguel tiene su cama junto a una amplia ventana por la que entra luz a raudales. El recién llegado, Antonio, en cambio, no tiene la suerte de ver el exterior. La ventana sólo le consuela por la luz que deja pasar a la habitación.
Un día en que Antonio se encuentra particularmente aburrido le pregunta a su compañero Miguel si hace buen tiempo. Éste le contesta que sí, que tanto es así que la familia que vive en frente ha salido al jardín y que los dos niños juegan con una pelota mientras los padres arreglan las plantas y las flores de su pequeño parque. Ya ha llegado la primavera.
La cosa vuelve a repetirse al día siguiente. Antonio vuelve a preguntar por lo que se ve al otro lado de la ventana. Miguel contesta con todo lujo de detalles. Otro día, otra vez lo mismo. Miguel siempre está dispuesto a relatar lo que ve. Lo hace gesticulando y satisfecho de su relato. Pasa a ser una costumbre entre ellos.
Hay días que el propio Miguel toma la iniciativa y no espera a ninguna indicación de Antonio.
- ¡Mira! Ya sale el marido con una carpeta bajo el hombro. Debe de ir al trabajo.
En otras ocasiones:
- Se va la mujer con los niños. Me parece que van retrasados. Hoy debe tocarle a ella llevarles al colegio y andan apurados por los gestos que hacen. Se les han pegado las sábanas.
La vida de los vecinos del otro lado de la ventana pasa a ser un entretenimiento para Antonio y Miguel. Son momentos en que ambos disfrutan y salen del tedio y de la pesadumbre, propios, por otra parte, de sus circunstancias. Miguel relame las palabras de su relato y Antonio escucha con sumo placer. Así, día tras día hasta que pasan varias semanas.
Un buen día, Miguel, que ha mejorado notablemente, es dado de alta. De momento parece haber vencido a la enfermedad, aunque debe seguir escrupulosamente los consejos médicos que le dan. Dieta adecuada, caminar mucho y con frecuencia, medicamentos recetados, revisiones periódicas…
Los ya por entonces amigos se despiden con mucho cariño y Antonio, enseguida pasa a tener un nuevo compañero de habitación al que se le asigna la cama que ocupaba Miguel; junto a la ventana.
El recién llegado no tiene el mismo carácter que Miguel. Es taciturno. Cruzan pocas palabras pese a que Antonio intenta ser sociable con él.
Después de una semana consiguen un poco de confianza. Gracias a ello y debido a que se encuentra muy aburrido, Antonio saca fuerzas y se atreve a preguntar, como el que no quiere la cosa...
- ¿Qué hacen los vecinos de enfrente? ¿Salen de la casa aprovechando tanta luz? Seguro que los niños juegan en el jardín ¿no?
El recién llegado hace un gesto de sorpresa y contesta extrañado:
- ¿Qué vecinos? ¿Qué niños, ni qué jardín? Desde aquí sólo se ve un muro de hormigón.
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