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domingo, agosto 21, 2011

Jimeikin o el arpa que se toca sola

Acabé hace unos días ‘Renacimiento’ del Nobel japonés Kenzaburo Oe. La obra narra la historia de un literato frente al suicidio de su cuñado, que pone constantemente en duda. El protagonista supone que la yakuza o mafia japonesa se encuentra tras la muerte de su familiar. A fin de cuentas el cuñado era director de cine y sus críticas a la yakuza fueron constantes y muy agudas.

La historia viene a narrar lo que pasó al propio Oe al morir su cuñado Yuzo Itami, actor y director de brillantes filmes como ‘Tampopo’, ‘El funeral’ o ‘Mimbo no Onna’, que se quitó la vida en 1997.

La mayor parte de las películas de Itami tienen un carácter marcadamente satírico. En concreto, mediante la comedia, el cineasta ridiculiza los usos, las costumbres y las instituciones del Japón de finales del siglo XX. Ese estilo mordaz, ácido y desmitificador le granjeó alguna que otra enemistad, razón por la que un grupo yakuza atacó e hirió de gravedad a Itami a la entrada de su domicilio tras el estreno de su película ‘Minbo no Onna’.

En el libro leí una palabra que me llamó la atención y de la que tomé nota: jimeikin. Según el Nobel se trata del arpa que se toca sola. Vendría a ser un instrumento musical autosuficiente, con lo que la propia denominación (“instrumento”) quedaría inválida.

Anda por ahí mucha gente que yo conozco como un o una jmeikin, siendo o sintiéndose arpas, pero sin esperar a que músico alguno pulse sus cuerdas con o sin plectro. Esta propiedad de autoabastecimiento la encuentro a menudo en el mundillo del yudo en que tantos y tantos maestros existen. No estaría de más dar un repasito al asunto pues en el yudo puede haber más maestros por kilómetro cuadrado que en ningún otro ámbito en el que tradicionalmente abundan o abundaban los maestros. En el mundillo de la tauromaquia, que no es de mi gusto ni agrado –vaya por delante-, se llama maestro al matador así se trate de un chaval de 20 años que acaba de recibir la alternativa. Claro que los toros no están en su momento álgido ni mucho menos.

Maestros hemos tenido todos los que, de una o varias generaciones determinadas, hemos acudido al colegio en nuestra infancia. También eso parece del pasado pues los niños de ahora no encuentran, para su desgracia, maestros a su alrededor. Es tal la falta de vocación que existe en este ámbito de la educación que suelen tener funcionarios honrados, todo lo más, nuestros niños, jóvenes y adolescentes.

También eran maestros los que dedicándose a un oficio llegaban a un grado importante de dominio de la materia en que desarrollaban su profesión. Esa definición también se halla en retroceso al haber surgido los inventos de la Formación Profesional, los Ciclos Formativos y otros modos de regularizar enseñanzas para las que antes se empezaba por ser aprendiz, a pie de taller o chiringuito. Y eso implicaba las más de las veces comenzar por agarrar una escoba antes de recibir cualquier información relativa al gremio en cuestión.

Además, hay maestros o grandes maestros en la masonería o en el ajedrez, así mismo ámbitos de los que poco se habla en estos días. A su vez los músicos de una orquesta llaman maestro al director de la misma. También son maestros (de ceremonias en este caso) los que conducen o presentan un evento o función especial. En este sentido, cabe recordar que los maestros de ceremonias ya se encontraban entre los cargos protocolarios de la corte papal de la Santa Sede. Incluso en el Imperio del Japón parece ser que había un maestro de ceremonias. Y con ello nos vamos a un término que en el mundillo del yudo (procedente del lejano Japón también) viene a ser similar a nuestra palabra maestro. Es el sensei. Y ya sabemos que se trata de un título japonés para referirse a los maestros y figuras de autoridad, ya sean de eso que llamamos artes marciales, o de alguna otra disciplina. Por ejemplo, Kenzaburo Oe es todo un sensei donde los haya.

Cabría añadir que en algunas instituciones de carácter filosófico, el término maestro se refiere a un grado simbólico, jerárquico que tiene relación con la trascendencia post mortem. Por ejemplo, en la masonería, hay un grado de maestro que no es muy distinto al grado académico del maestro que trasciende la muerte a través de sus alumnos.

Habíamos empezado con el arpa que se toca a sí misma y estamos con el maestro que trasciende la muerte a través de lo que ha conseguido legar a sus discípulos. Bonito contraste.

Anda por ahí mucha arpa sola que además te da la serenata así te cruces con ella y tú sin ganas de que te toquen la flauta. Luego viene que, además, el arpa exige su reconocimiento, un poco beligerante con su subidita autocracia, pero irrenunciable a estas alturas en que nos hemos acostumbrado a llamar maestros a simples botarates de tres al cuarto.

Algunos creemos que sigue faltando la suficiente humildad para que cada una de nuestras arpas se siga comportando como lo que es y siempre debe ser: un instrumento. El arpa (nuestra arpa) no deja de ser una herramienta para hacer música con ella y somos legión los que estamos deseando que lleguen las manos hábiles que nos saquen los más lindos sonidos de los que somos capaces. No aspiramos a tocarnos nosotros mismos en un acto onanista y ególatra tan fútil y huero como repetido por muchas ‘jimeikin’ que siguen campando por sus lares.

En todo caso, un maestro, en sentido general, es una persona a la que se reconoce una habilidad extraordinaria en una determinada área del saber, con capacidad de enseñar y compartir sus conocimientos con otras personas, denominadas discípulos o aprendices. De manera que, con permiso de los y las jimeikin que conozco, dedico este escrito a nuestros maestros y a quienes han tenido la desgracia de no tener ninguno.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, agosto 21, 2011